jueves, 9 de diciembre de 2010

CÁMARA LENTA

Dedicado 


        a Sole


              y Eloísa 




Cámara lenta es una historia entre real y ficticia. Quiere ser el inicio de una novela,
y está dedicada a dos de mis amigas, Sole y Eloísa, quiero agradecerles a las dos, su confianza en que esto no solo sea el inicio de una novela...:)







Ventana bucólica


EPISODIO  I

El tintineo la despierta... A través de los visillos se filtra la mágica sinfonía que elaboran el viento y los móviles, que penden, como hojas, de los árboles del jardín. La música penetra en la pieza junto a un aroma de frescor matinal. El aroma de la soledad gozosa...Aspira y se deleita con el perfume distinguido de las tempranas y níveas florescencias del naranjo que acompañan al silencio, roto por la tintineante sinfonía sincopada.
            Abre los ojos despacio, recreándose con los preliminares de un despertar lento. Un pequeño bostezo, ahora un brazo y luego el otro, hasta unirlos por las manos y elevarlos sobre su cabeza, desentumeciendo la inmovilidad nocturna; pero aún no salta del lecho, tiene la sensación de que el mundo va muy rápido o ella va muy despacio.
            Ya conoce esa sensación, pero se la deja olvidada cada noche entre los sueños. Y con esa visión de cámara lenta, repasa, por un momento, los objetos que hay en el tocador: el perfumero de cristal, que su abuela adquirió en su viaje de novios a Italia y que ella, desde pequeña había deseado tener; el maniquí de cartón piedra en tonos pasteles, engalanado de collares desde el cuello hasta los pies, ése que había visto en el escaparate de aquella tiendecita de cosas extraordinarias y que no pudo dejar de comprar, después de estar toda  una semana diciéndose que parecía demasiado grande para un sitio tan atestado de cremas y potingues como era su tocador. Sonrió pensando que había tenido que adquirir un tocador de mayor tamaño gracias al maniquí vestido de época. A la derecha del estilizado porta collares, había un pisapapeles que tenía desde niña, de cristal de Murano, en un celestial color rosa. Bajo él, un pequeño libro de poemas propios, al lado un oso y un conejo de peluche se hacían compañía sentados encima de un cofre lleno de abalorios.
            En el centro del sifonier, una bandeja de plata con los cepillos y peines, escoltada por dos vasos llenos de brochas, carmines y afeites varios. Los mira como queriendo que le devuelvan ese movimiento rápido con que los utilizaba cada mañana, ¡sombra por aquí, blush por allá, eyeliner y rímel en los ojos, una mota de carmín y salir volando! Volar, una palabra desterrada para siempre de su vocabulario interior.
Sus castaños ojos se dirigen, entonces, hacia el montículo que forman sus pies debajo de la sábana,sus "colibries insumisos" Los miran fijamente, como ordenándoles movimiento. Ellos están en la dimensión lenta y no responden a la silenciosa y óptica orden.




Las zapatillas soñadas
























Episodio II


Entorna los párpados y, por un momento, deja que su imaginación se recree en el pasado.

            Es jueves, un jueves cualquiera de primavera. Se ha levantado temprano. La espera una prueba ¡la gran prueba! Sólo tiene doce años, pero Soledad Arenas, está muy interesada en que forme parte de su compañía de ballet, y hoy es el día en que por fin podrá demostrar sus dotes.

            Su madre le ha preparado un desayuno especial, a base de fruta y queso fresco, pero ella está tan excitada que le cuesta trabajo digerirlo. Mira el reloj de la cocina y sale corriendo hacia la habitación a recoger su bolsa de la suerte. En ella lleva sus nuevas zapatillas de media punta, sólo hace un mes que las utiliza, desde el día en que cumplió doce años, por que hasta entonces le estaba vedado utilizarlas. Antes de los doce años los huesos aún no tienen la madurez necesaria, y sólo se pueden utilizar zapatillas.
            Ese día su madre la llevó a la tienda de artículos de danza y le dejó elegir las que más le gustaran. Ella ya sabía cuáles eran, había soñado muchas noches con ese momento, el momento en que por fin podría calzarse aquellas zapatillas que estaban en lo más alto del escaparate. 
            Eran de satén rosa, su tacto era terso y satinado como si fueran del más suave y exquisito de los materiales existentes, con la suela partida, para tener más flexibilidad. Sus bandas de color rosa estaban cosidas a mano con una delicadeza extrema, para no ser molestas y, lo mejor, lo que más le gustaba, la punta, esa punta reforzada con la que por fin podría elevarse totalmente del suelo, como aquellas a las que ella más admiraba.
Hubiera salido con ellas puestas, bailando todo el camino hasta llegar a casa, pero sabía que no debía hacerlo, por eso hizo volar a su madre de vuelta a casa ¡estaba deseando calzárselas! Aquella noche durmió abrazada a ellas; olían a nuevo y ese olor la acompañaría para siempre.
















Colibries insumisos








EPISODIO III



El canto del jilguero, que anida en el viejo olmo, la saca de su ensueño pretérito. Sus colibríes siguen desobedientes. Ella se lo toma con calma.

Fue Soledad Arenas la que bautizó sus pies como "dos potentes y rápidos colibríes". El día de su prueba, al terminar su baile, Soledad se acercó a ella, con aquella sonrisa cálida con que adorna su cara de constante, y ese perfume a jazmín y lavanda que hace que todo a su alrededor se serene, y le dijo:
-Necesitamos esos dos potentes y rápidos colibríes que tienes por pies.
Desde ese día, sus pies fueron oficialmente "Los colibríes de la compañía de Soledad Arenas".
            Y ahora los insumisos, los desobedientes colibríes, allí estaban descansando el sueño de los justos, sin querer resucitar. Sabe que tiene las pilas para cargarlos en la mesilla, pero cada mañana les da la oportunidad de moverse motu proprio, aunque parece que se han acomodado a esos pequeños rectángulos amarillos y, sin ellos, no quieren funcionar.
            Se resigna, remolona, a lo inevitable, y alargando su mano a cámara lenta, toma uno de esos milagros en forma de "Yellow submarine" y lo ingiere, dejándolo navegar por su cuerpo. Dentro de media hora el minúsculo adminículo amarillo hará su efecto milagroso y sus colibríes recuperarán parte de su prístino movimiento.
            Aún le queda tiempo para serenarse mirando a su entorno, ese entorno que la rodea, y que ella, desde siempre, ha llenado de cosas queridas y bellas. Necesita entrar en una especie de Nirvana, sin llegar al "sunyata", para que el tiempo entre acción (entrada del submarino amarillo por su boca) y reacción (salida del ralentí corporal) sea el mínimo. Cuando está inquieta se dobla el tiempo de reacción. Por esa causa, su habitación es una amalgama de futilidad primordial.
            Espejos de las mas heterogéneas formas multiplican el arcoíris que pintó directamente con sus manos, en uno de esos momentos de cámara lenta, y encienden el brillo pueril de sus atezadas pupilas, generando la tierna sensación que nos suscita a todos ese fenómeno óptico, al exhibirse, mostrando su bello espectro abovedado.
            Sombreros de los lugares visitados y, de entre todos ellos, aquél de un tono pajizo y desgastado que mordió su gata, el que utiliza, cuando trabaja en el jardín, se reparten las celestes paredes con el romántico elenco de hadas y mariposas, de las más variopintas procedencias, hojas secas recogidas en los otoños, y datadas, penden del techo estrellado en un vegetal  móvil otoñal, que crece año tras año, mezclándose con las lágrimas, multiplicadoras de luz, que un día lucieron ufanas, formando parte de una lámpara. Le gusta imaginarse los momentos que debieron iluminar, aquellos trocitos de cristal tallado, los besos, los abrazos de gente que se amaba y también los sufrimientos y los odios que seguramente  hubieran querido no alumbrar.


Lágrimas que cuentan historias














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Dejamé que me calle con el silencio tuyo
                                    


                                      Pablo Neruda
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Pared collage




















Cámara lenta IV


Esos pensares hacen que su cabeza gire hacia la derecha; el movimiento de lenta rotación que hace su cuello en ese giro siempre le recuerda la falta de gravedad de los astronautas; la diferencia está en que ella debe luchar contra la rigidez de sus músculos. Para ellos es más sencillo, ellos se mueven también a cámara lenta ¡pero flotan!
Al acabar el giro, sus ojos se encuentran enfrente de la "pared de los sueños", esa pared donde, desde la niñez, ha escrito y pintado todas las cosas que quería conseguir, las cosas que sentía, las que la hicieron llorar... Todas ellas están ahí, en un collage recordatorio y multicromático.
            Están dibujadas sus primeras zapatillas rosadas, la bici que le trajeron una Navidad, el nombre de los chicos que amó (eso ha supuesto un compromiso muchas veces). Pero también están las historias que las lágrimas del techo le habían sugerido: la del anciano y la anciana, que se besan bajo la lámpara como si tuvieran quince años, la historia de una mujer anunciándole a su pareja que esperan un hijo…
            También hay frases de Sabina, de Neruda, de Borges, de Platón, de mayo del '68; frases que habían influido en ella, en su formación y en su vida.   Sus ojos bucean en la selva de palabras y objetos hasta llegar a esa frase de un poema de Neruda que le gusta leer, porque la serena: "deja que me calle con el silencio tuyo”. Ese poema al completo es “su poema” y esa frase, es “su frase”.
            Está absorta en ese silencio, cuando nota que el submarino ya surcó todos los mares de su cuerpo, ya llegó a todos los puertos, ya cargó sus baterías, y... ¡ya! ¡Por fin empieza el movimiento! ¡Cada vez más rápido! Cada vez menos lento.


Yellow Submarine










                         catarsis húmeda

                           
Cámara lenta / V


In crescendo, abandona la serenidad de su lecho y se levanta como si fuera un robot. Ahora una pierna, luego la otra, sus pies llegan a tocar el suelo, eleva el tronco y siente esa sensación que estrena cada día. Su cuerpo se torna flexible como un joven fresno y puede moverlo sin rigor.
            En el lecho se quedan la rigidez y la inacción. Vuelve a ser ella, se revela a sí misma como si fuera una instantánea, en cada movimiento, y sonríe con placer por el diario descubrimiento.
Jamás pensó que poder moverse le haría sentir tanta emoción. Para ella el movimiento siempre había sido algo que se daba por supuesto, algo congénito e inacabable, hasta aquella mañana aciaga de noviembre.
            Se había levantado muy temprano, tenía ensayo con la compañía, estrenaban en dos días y los últimos ensayos eran agotadores.           La coreografía que Soledad había diseñado requería de muchísima resistencia, y los ensayos habían sido extenuantes. Se sentía algo agarrotada, y lenta de movimientos, cosa que podría parecer normal tras las últimas semanas trabajando a tope; pero sentía ese agarrotamiento de forma distinta al cansancio habitual, distinta, en tanto y en cuanto jamás lo sentía al levantarse.
            Caminó hacia el baño pensando que con una buena ducha todo se arreglaría. Cojeaba del pie derecho ¡no entendía que estaba pasándole! Su cuerpo parecía no querer abandonar esa rigidez.
            Llegó al baño lentamente. El gran espejo sin marco le devolvió un semblante desconocido, un rictus doloroso fruncía su boca y sus ojos lucían húmedos y angustiados. Abrió el grifo del agua caliente y se metió en la ducha. Su mente le estaba demandando esa catarsis húmeda, como si el agua fuera a llevarse con ella todo el extraño malestar.
            El agua caía sobre su cabeza a presión, mantenía los ojos cerrados fuertemente, para contener ese dolor que se hacía más intenso conforme avanzaba ese estado de rigidez desconocido ¿Qué le estaba pasando? Se sentía en un mundo irreal. De repente, era como si todo estuviera sucediendo a cámara lenta...










Hay que agarrarse a la vida con uñas y dientes







                  agarrandose a la vida


Cámara lenta / VI


Su mente ordenó a su mano derecha que cerrara el grifo, pero la mano iba por libre, no quería obedecer. Lo intentó con la izquierda y, esta vez, consiguió cerrarlo.
            Se sentía ajena a su cuerpo; estaba a la vez dentro y fuera de él. Era otra la que se movía, dentro de aquella surreal película que alguien estaba proyectando a cámara lenta…
            Desvinculada de sí misma, con torpes y lentos movimientos, logró salir de la cabina de ducha. Se agarró al toallero para poder avanzar hasta el tocador, pero le era imposible, su cuerpo seguía sin obedecerla. Derrotada, dejó que su cuerpo la venciera y se doblara inánime como una muñeca de trapo.
            Sabía que necesitaba serenarse y lo intentó a través de la respiración. Poco a poco consiguió calmarse. Empezaba a tener el dominio de la extraña y dolorosa sensación. Tenía que llegar hasta el teléfono y llamar a emergencias. Con esa única idea como meta, empezó a reptar hasta la sala, notó que se iba serenando y que avanzaba con más rapidez, eso la motivó y le hizo sacar fuerzas de flaqueza.
Atravesó el largo pasillo, ya no reptaba, se había podido incorporar y avanzaba gateando sobre sus manos y sus rodillas
            La animó ver la luz solar, al final de ese pasillo, que le parecía inacabable. Sólo le faltaban dos metros y podría alcanzar el auricular. Cerró los ojos y apretó la boca fuertemente para otorgarse fuerza y llegar al ansiado objetivo. Un movimiento más y podría llamar pidiendo auxilio. De su garganta se escapó un sonido gutural ¡allí estaba! Lo había conseguido.
            Estiró su brazo izquierdo, y tiró el teléfono al piso. Su cerebro repetía incansable las palabras “ciento doce, ciento doce” como para no olvidar esos números y perder, con el olvido, la última oportunidad de salvarse. Sus dedos trémulos apretaron apenas las tres teclas salvadoras. Una voz al otro lado del auricular dijo:
- Emergencias dígame.
Ella contestó con la voz ahogada por el llanto.
-Soy Clara Martí. Vivo en la calle Zamora número 4. Estoy en el suelo. Mi cuerpo no responde, está rígido, actúa, como si estuviera dentro de una película, que se rueda a cámara lenta.









Guernica en verde







Cámara lenta / VII



Esos momentos son los que más grabados tiene, por la lasitud en que transcurrieron.
Los siguientes pasaron como en exhalación. Llegó la ambulancia, la llevaron al hospital y, una vez allí, prueba tras prueba, en un espiral de ires y volveres, de una camilla a una maquina, de una maquina a una habitación, con su cuerpo lleno de tubos, inyectada de suero y varias cosas más.
            Veía como en sueños a la gente de verde moverse a su alrededor como si les faltara el tiempo. Por fin, después de varios días, la prueba que dictaminaría lo que le estaba ocurriendo, el SPECT.
            La penúltima había sido una Resonancia Magnético Nuclear, para descartar que no fuera un tumor. Dio negativo. El equipo médico, una vez descartadas otras posibles causas, había decidido hacer el SPECT, a pesar de que su juventud era una de las causas para no haberlo hecho antes. Esa prueba les diría si estaban en lo cierto finalmente.
            El SPECT era una prueba que consistía en múltiples radiografías en la cabeza, después de seis horas de inyectarle dopamina.
Se sentía inmersa en un Guernica en blanco y verde. Todo estaba ocurriendo sin que ella tuviera ningún dominio de los acontecimientos.
            Durmió toda la noche y, al día siguiente, después de que la enfermera le sirviera un frugal desayuno, entraron dos médicos en la habitación para comunicarle que se le había detectado Parkinson Bilateral.
            Creyó que el suelo se abría y la engullía hasta lo más profundo, mientras su estomago, salía disparado hacia el techo.
A la vez, una serenidad que no comprendía, hacía que su mente no quisiera pensar en el terrible dictamen.
Únicamente se miró los pies, ordenándoles movimiento y sólo uno le respondió. Supo entonces que había dejado de ser bailarina. Uno de sus colibríes había dejado de volar…