Dedicado
a Sole
y Eloísa
Cámara lenta es una historia entre real y ficticia. Quiere ser el inicio de una novela,
y está dedicada a dos de mis amigas, Sole y Eloísa, quiero agradecerles a las dos, su confianza en que esto no solo sea el inicio de una novela...:)
a Sole
y Eloísa
Cámara lenta es una historia entre real y ficticia. Quiere ser el inicio de una novela,
y está dedicada a dos de mis amigas, Sole y Eloísa, quiero agradecerles a las dos, su confianza en que esto no solo sea el inicio de una novela...:)
El tintineo la despierta... A través de los visillos se filtra la mágica sinfonía que elaboran el viento y los móviles, que penden, como hojas, de los árboles del jardín. La música penetra en la pieza junto a un aroma de frescor matinal. El aroma de la soledad gozosa...Aspira y se deleita con el perfume distinguido de las tempranas y níveas florescencias del naranjo que acompañan al silencio, roto por la tintineante sinfonía sincopada.
Abre los ojos despacio, recreándose con los preliminares de un despertar lento. Un pequeño bostezo, ahora un brazo y luego el otro, hasta unirlos por las manos y elevarlos sobre su cabeza, desentumeciendo la inmovilidad nocturna; pero aún no salta del lecho, tiene la sensación de que el mundo va muy rápido o ella va muy despacio.
Ya conoce esa sensación, pero se la deja olvidada cada noche entre los sueños. Y con esa visión de cámara lenta, repasa, por un momento, los objetos que hay en el tocador: el perfumero de cristal, que su abuela adquirió en su viaje de novios a Italia y que ella, desde pequeña había deseado tener; el maniquí de cartón piedra en tonos pasteles, engalanado de collares desde el cuello hasta los pies, ése que había visto en el escaparate de aquella tiendecita de cosas extraordinarias y que no pudo dejar de comprar, después de estar toda una semana diciéndose que parecía demasiado grande para un sitio tan atestado de cremas y potingues como era su tocador. Sonrió pensando que había tenido que adquirir un tocador de mayor tamaño gracias al maniquí vestido de época. A la derecha del estilizado porta collares, había un pisapapeles que tenía desde niña, de cristal de Murano, en un celestial color rosa. Bajo él, un pequeño libro de poemas propios, al lado un oso y un conejo de peluche se hacían compañía sentados encima de un cofre lleno de abalorios.
En el centro del sifonier, una bandeja de plata con los cepillos y peines, escoltada por dos vasos llenos de brochas, carmines y afeites varios. Los mira como queriendo que le devuelvan ese movimiento rápido con que los utilizaba cada mañana, ¡sombra por aquí, blush por allá, eyeliner y rímel en los ojos, una mota de carmín y salir volando! Volar, una palabra desterrada para siempre de su vocabulario interior.
Sus castaños ojos se dirigen, entonces, hacia el montículo que forman sus pies debajo de la sábana,sus "colibries insumisos" Los miran fijamente, como ordenándoles movimiento. Ellos están en la dimensión lenta y no responden a la silenciosa y óptica orden.
Episodio II
Entorna los párpados y, por un momento, deja que su imaginación se recree en el pasado.
Las zapatillas soñadas |
Episodio II
Entorna los párpados y, por un momento, deja que su imaginación se recree en el pasado.
Es jueves, un jueves cualquiera de primavera. Se ha levantado temprano. La espera una prueba ¡la gran prueba! Sólo tiene doce años, pero Soledad Arenas, está muy interesada en que forme parte de su compañía de ballet, y hoy es el día en que por fin podrá demostrar sus dotes.
Su madre le ha preparado un desayuno especial, a base de fruta y queso fresco, pero ella está tan excitada que le cuesta trabajo digerirlo. Mira el reloj de la cocina y sale corriendo hacia la habitación a recoger su bolsa de la suerte. En ella lleva sus nuevas zapatillas de media punta, sólo hace un mes que las utiliza, desde el día en que cumplió doce años, por que hasta entonces le estaba vedado utilizarlas. Antes de los doce años los huesos aún no tienen la madurez necesaria, y sólo se pueden utilizar zapatillas.
Ese día su madre la llevó a la tienda de artículos de danza y le dejó elegir las que más le gustaran. Ella ya sabía cuáles eran, había soñado muchas noches con ese momento, el momento en que por fin podría calzarse aquellas zapatillas que estaban en lo más alto del escaparate.
Eran de satén rosa, su tacto era terso y satinado como si fueran del más suave y exquisito de los materiales existentes, con la suela partida, para tener más flexibilidad. Sus bandas de color rosa estaban cosidas a mano con una delicadeza extrema, para no ser molestas y, lo mejor, lo que más le gustaba, la punta, esa punta reforzada con la que por fin podría elevarse totalmente del suelo, como aquellas a las que ella más admiraba.
Hubiera salido con ellas puestas, bailando todo el camino hasta llegar a casa, pero sabía que no debía hacerlo, por eso hizo volar a su madre de vuelta a casa ¡estaba deseando calzárselas! Aquella noche durmió abrazada a ellas; olían a nuevo y ese olor la acompañaría para siempre.
EPISODIO III
Pablo Neruda
Cámara lenta IV
Esos pensares hacen que su cabeza gire hacia la derecha; el movimiento de lenta rotación que hace su cuello en ese giro siempre le recuerda la falta de gravedad de los astronautas; la diferencia está en que ella debe luchar contra la rigidez de sus músculos. Para ellos es más sencillo, ellos se mueven también a cámara lenta ¡pero flotan!
Colibries insumisos |
EPISODIO III
El canto del jilguero, que anida en el viejo olmo, la saca de su ensueño pretérito. Sus colibríes siguen desobedientes. Ella se lo toma con calma.
Fue Soledad Arenas la que bautizó sus pies como "dos potentes y rápidos colibríes". El día de su prueba, al terminar su baile, Soledad se acercó a ella, con aquella sonrisa cálida con que adorna su cara de constante, y ese perfume a jazmín y lavanda que hace que todo a su alrededor se serene, y le dijo:
-Necesitamos esos dos potentes y rápidos colibríes que tienes por pies.
Desde ese día, sus pies fueron oficialmente "Los colibríes de la compañía de Soledad Arenas".
Y ahora los insumisos, los desobedientes colibríes, allí estaban descansando el sueño de los justos, sin querer resucitar. Sabe que tiene las pilas para cargarlos en la mesilla, pero cada mañana les da la oportunidad de moverse motu proprio, aunque parece que se han acomodado a esos pequeños rectángulos amarillos y, sin ellos, no quieren funcionar.
Se resigna, remolona, a lo inevitable, y alargando su mano a cámara lenta, toma uno de esos milagros en forma de "Yellow submarine" y lo ingiere, dejándolo navegar por su cuerpo. Dentro de media hora el minúsculo adminículo amarillo hará su efecto milagroso y sus colibríes recuperarán parte de su prístino movimiento.
Aún le queda tiempo para serenarse mirando a su entorno, ese entorno que la rodea, y que ella, desde siempre, ha llenado de cosas queridas y bellas. Necesita entrar en una especie de Nirvana, sin llegar al "sunyata", para que el tiempo entre acción (entrada del submarino amarillo por su boca) y reacción (salida del ralentí corporal) sea el mínimo. Cuando está inquieta se dobla el tiempo de reacción. Por esa causa, su habitación es una amalgama de futilidad primordial.
Espejos de las mas heterogéneas formas multiplican el arcoíris que pintó directamente con sus manos, en uno de esos momentos de cámara lenta, y encienden el brillo pueril de sus atezadas pupilas, generando la tierna sensación que nos suscita a todos ese fenómeno óptico, al exhibirse, mostrando su bello espectro abovedado.
Sombreros de los lugares visitados y, de entre todos ellos, aquél de un tono pajizo y desgastado que mordió su gata, el que utiliza, cuando trabaja en el jardín, se reparten las celestes paredes con el romántico elenco de hadas y mariposas, de las más variopintas procedencias, hojas secas recogidas en los otoños, y datadas, penden del techo estrellado en un vegetal móvil otoñal, que crece año tras año, mezclándose con las lágrimas, multiplicadoras de luz, que un día lucieron ufanas, formando parte de una lámpara. Le gusta imaginarse los momentos que debieron iluminar, aquellos trocitos de cristal tallado, los besos, los abrazos de gente que se amaba y también los sufrimientos y los odios que seguramente hubieran querido no alumbrar.
Lágrimas que cuentan historias |
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Dejamé que me calle con el silencio tuyo
Dejamé que me calle con el silencio tuyo
Pablo Neruda
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Pared collage |
Cámara lenta IV
Esos pensares hacen que su cabeza gire hacia la derecha; el movimiento de lenta rotación que hace su cuello en ese giro siempre le recuerda la falta de gravedad de los astronautas; la diferencia está en que ella debe luchar contra la rigidez de sus músculos. Para ellos es más sencillo, ellos se mueven también a cámara lenta ¡pero flotan!
Al acabar el giro, sus ojos se encuentran enfrente de la "pared de los sueños", esa pared donde, desde la niñez, ha escrito y pintado todas las cosas que quería conseguir, las cosas que sentía, las que la hicieron llorar... Todas ellas están ahí, en un collage recordatorio y multicromático.
Están dibujadas sus primeras zapatillas rosadas, la bici que le trajeron una Navidad, el nombre de los chicos que amó (eso ha supuesto un compromiso muchas veces). Pero también están las historias que las lágrimas del techo le habían sugerido: la del anciano y la anciana, que se besan bajo la lámpara como si tuvieran quince años, la historia de una mujer anunciándole a su pareja que esperan un hijo…
También hay frases de Sabina, de Neruda, de Borges, de Platón, de mayo del '68; frases que habían influido en ella, en su formación y en su vida. Sus ojos bucean en la selva de palabras y objetos hasta llegar a esa frase de un poema de Neruda que le gusta leer, porque la serena: "deja que me calle con el silencio tuyo”. Ese poema al completo es “su poema” y esa frase, es “su frase”.
Está absorta en ese silencio, cuando nota que el submarino ya surcó todos los mares de su cuerpo, ya llegó a todos los puertos, ya cargó sus baterías, y... ¡ya! ¡Por fin empieza el movimiento! ¡Cada vez más rápido! Cada vez menos lento.